Esto, que está tratado en términos demasiado generales, me hace pensar en la actitud provocativa y renovadora, algo rebelde y descarada que tienen los parisinos en el momento de desarrollar actividades.
Como anécdota ahí tenemos la petanca, creo que es el segundo deporte nacional más practicado, sobre todo entre jóvenes.
Pero esta vez no quiero hablar de esto, sino solamente utilizarlo como llave para introduciros en un mundo distinto al que conocemos, que pude experimentar el viernes pasado, cuando me propusieron un plan para la noche.
Grosse soirée es un término que a mi me suena a bacanal con música en vivo y luz tenue y rojiza, rodeada de gente que baila y ríe como si se fuera a acabar el mundo.
Me molesta a veces que ese término se utilice todos los fines de semana para designar cualquier cosa, pero como solo lo he vivido durante un año, ese término todavía me suena a "esta noche va a ser gorda".
Cuando el viernes me dijeron que había una "grosse soirée aux catacombes" no pude sino imaginar solamente un atisbo de lo que viví esa noche.
Circulaba por ahí un correo que avisaba y prevenía de ciertas historias, el cual leí al dia siguiente. Quiere decir que me empecé a extrañar cuando vi a gente que llevaba botas de vendimiar, cascos de mineria, linternas y velas. Yo llevaba una botella de ron y un cartón de zumo.
Nos encontramos con una gente que yo no conocía, y juntos todos nos dirigimos a un puente, el cual atravesaba la petite ceinture, una antigua vía de tren que rodeaba la ciudad. Alli, saltamos la valla, bajamos por una escalera, y nos encontramos marchando sobre las traviesas del camino de hierro abandonado. Primero al aire libre, luego empezó el tunel, a 5 minutos nos encontramos los primeros guías, que nos avisaron de que en ese punto se acababa la cobertura de cualquier móvil. A partir de ese momento volvíamos a ser personas del siglo XX. Otros cuantos minutos andando hasta encontrar la entrada. La entrada al otro mundo, el agujero en el suelo donde empezaba la aventura.
Había una veintena de personas preparandose para entrar, y cuando empezaron uno por uno a entrar por aquel agujero, nos comentaron que el que decía ser el guía, no era un guía verdadero, y sin embargo, allí estaban todos siguiéndole. No fuimos menos. Primero uno, luego otro y luego yo. Y detrás mia otros cuantos (menos mal)
Una gran roca impedía el paso de pie, habia que agacharse y cuidar de no pisar en resbaladizo. Una vez pasados los primeros metros, el pasadizo se acomodaba y se convertía en un corredor recto, y allí empezó a entrarme la neura. Sólo una salida, sólo un camino, dentro de ese laberinto. Y unos guías (dudosos) que te llevaban a cada hora en punto. Y si me pasaba algo malo y me tenía que volver antes? El corazón empezó a latirme rápido, y contemplé la posibilidad de que me entrara un ataque de ansiedad, pánico, claustrofobia, agorafobia, cualquier cosa era buena para aquel momento. Y sin embargo, la calma llegó a mí: No me va a pasar nada, pensé, seguro. Y autoconvencida, seguí caminando y escuchando las bromas que se escuchaban por delante y por detrás.
continuará
(edito)
Al menos, diez minutos a pie, cuyos segundos eran todos iguales: Paso derecho, paso izquierdo, parpadeo de luces delante y detrás, mirada hacia el frente, donde hay una persona que avanza, y que me calma cuando va más despacio, y me estresa cuando acelera, y por el rabillo del ojo distingo las texturas de las paredes y del techo, y ciertos brillos que me hablan de humedad.
El suelo estaba encharcado, pero aún se podía andar. Y de repente, escuchamos, "de l'eau!!!!" por delante, un grito, luego el grito del que iba detrás y segundos más tarde, se escucha el agua, removida por cada paso. Hasta que llega el mío. Adios Converse, adios calcetines, adiós sensibilidad en los pies.
Y el ruido del agua, que primero nos llega a los tobillos, y que fue creciendo hasta las rodillas. El agua estaba fría, pero resultaba agradable.
Pasamos durante otros 15 minutos en ese estado, y llegó el primer giro, hacia la derecha, y la sección del corredor cambiaba. Era más alta en el centro, y bajaba unos 30 cm a los lados. Y algo parecido ocurría en el suelo, salvo que no podías verlo, por la presencia del agua. En efecto, el corredor, de mas o menos un metro de ancho, se hundía en los laterales el suelo, y se hundía bastante, una longitud mayor que mi pierna hasta la rodilla, la cual introduje para hacer pie, la cual nunca hizo pie.
Y con estas nuevas "dificultades" andamos durante otros 10 minutos.
Debimos remontar un poco, porque el agua empezó a dejarnos tranquilos, al menos, volvió a mojarnos solo las zapatillas (¡perfecto!) y tras otro giro, éste creo que a la izquierda, volvían nuevos retos. El corredor, donde hasta ahora habíamos podido recorrerlo en su mayor parte de pie (yo al menos, que hago casi! 1,70) se hacía bajito bajito, y solamente podías atravesarlo de cuclillas. Y allí tenía, el culo del de delante, a escasos 20 cm de mi cara, mi culo a la misma distancia del rostro de atrás.
Creo recordar que esta situación se dió un par de veces, intercalada con un corredor más alto, donde dabas tregua a tu espalda.
Recuerdo, en esa situación, que no era tan descabellado imaginar, que si era cierto que 300 personas estabamos yendo a aquella fiesta, a alguna le diera un pinchazo en la espalda, en uno de estos divertidos pasajes. Y temiendo por mi vida en esos instantes, empece a oír un murmullo constante, que cada vez se iba haciendo más claro, y en el que podían distinguirse hasta instrumentos. No me lo podía creer, se habían traido, por el mismo sitio por donde yo estaba pasando, un bombo??? un sousafón??
Y por fin, el corredor se agrandó, y una gran abertura, a la derecha, nos dio paso a la sala, que luego supe, que le llaman "la playa". La sala en cuestion, era un laberinto de salas, grandes, no muy altas, en las que gordas columnas y pesados muros dividian los espacios, que cada uno le había dado el uso que se le antojaba. En la parte más alta, allí estaba, una "fanfare d'ouf" con bastante gente alrededor, a ritmo de algo parecido a un swing gritando, bailando, saltando, y algunos, más bebidos de lo normal. Velas, antorchas, mecheros, linternas, luces de discoteca que parpadeaban y que funcionarían a pilas, nos definían los límites de allí donde nos encontrabamos. Y allí donde no había luz, el infinito. No me atreví en ningún momento a ir allí donde la luz no llegaba. Era un lugar donde mis monstruos acechaban, donde el suelo se desintegraba, y donde la arcilla se reblandecía y me iba a comer.
Pero vi pasar mucha gente intrépida, recorrer de un lado a otro, aquellos lares, bien a ciegas, bien con la lucecilla de un móvil.
La noche pasó rápido, nos instalamos en un sitio, alejado de la música, donde la gente, sentada, charlaba tranquila, alguno dormía, otros se quitaban los zapatos, y allí pasamos buen rato, contando historias relacionadas con la experiencia, y luego fuimos a bailar con la fanfare.
El techo, allí donde podías tocarlo, respiraba agua, y manchaba, el suelo, subía y bajaba, alguna roca nos hacía tropezar a todos, varias veces, claro. Y bailamos y bailamos, y yo quería ser consciente de todo. Intentaba imaginar en que punto me encontraba, bajo que calle o que edificio, si el metro podría pasar cerca, quería saber el número de personas que estábamos allí, a que altura estábamos, y al mismo tiempo, quería quedarme allí siempre, y quería salir de allí corriendo. No hacia ni calor ni frío, la gente era rara, y muchos estaban disfrazados. Me enteré de que aquello era todo menos legal, y que era posible que viniera la poli y que nos multara. Me dijeron que no era posible que aquello se derrumbase, a pesar de las frecuencias emitidas por los trombones de baras, y por fin, me dije que aquello era la puta hostia.
En un momento determinado, nos pusimos de acuerdo en que queríamos salir. Y yendo hacia la "puerta" vimos que mucha gente se dirigía en sentido contrario a donde yo tenia puestas mis coordenadas de "exit". Tuvimos que seguirlos, claro. Y apelotonados, vimos que para acceder a "la otra sala" había que pasar por un hueco, tan estrecho, que la única manera de pasarlo era como los lagartos.
Estamos de acuerdo en que no podiamos irnos sin acceder a la otra sala, hasta entonces desconocida, así que, esperando el turno, durante 3 o 4 metros nos arrastramos y llegamos a una sala, mucho mas alta que la otra, con columnas con capiteles toscos, con otra fanfare tocando y su respectivo público y de aspecto menos arenoso (menos playa) que ahí donde habíamos estado.
Vista rapida del nuevo ambiente, queríamos salir. Y una vez más siguiendo a alguien, que nos dijo que no era guía, pero que tenía un plano, comenzamos nuestro camino de vuelta.
Se me hizo mucho más rápido, y recuerdo cruzarnos a mucha gente, que a esas horas (4 o 5 de la mañana) iban a empezar su noche bajo tierra, recuerdo no tener nada de luz, y pasar mucha más angustia, porque detrás no había nadie, y la luz de delante, la tenía a unos 4 o 5 metros, lo cual me permitía distinguir si girabamos o no, y poco más.
El hecho de no tener luz, me permitió, en un momento determinado en el que ya estaba mas tranquila, el hecho de imaginarme que el corredor se expandía hasta el infinito a mi paso. No podía ni tocar ni ver las paredes. Todo a mi alrededor más próximo era negro, y por tanto, infinito. Y más adelante, allí donde había luz, se volvian a formar esos muros, y esa boveda, que me recordaban que lo que estaba viviendo era real, y no estaba metida en un sueño.
Dulcemente salimos, dimos las gracias a nuestro "guía", silenciosamente recorrimos las vías de tren de vuelta, y allí donde vimos la luz naranja de las farolas de la noche comprendí lo lejos que había estado de todo esa vida exterior.
Fuera reinaba el silencio, la gente que salía con nosotros hablaba bajito.
El ruido lo habíamos dejado en el interior de la tierra, nuestros gritos, nuestras ganas de hacernos oir en el exterior, tan en vano!
Una vez en la calle, me quite las zapatillas y los calcetines, el asfalto estaba templado, al igual que la noche.
Miré hacia arriba y a duras penas, distinguí un par de estrellas.
Y pensé que esa noche no me habían podido observarme, que esa noche me había escondido de ellas. Y que había sentido miedo.
Y quiero volver a bajar, pero no al mismo sitio. No importa, he leido que hay más de 300km de catacumbas en París. ¡La de sorpresas que tienen que esconder!